De las princesas de estos bizarros
(un tanto dantescos) cuentos de hadas, aún muy poco se sabe, hay quien las podrían
definir como bellas, aunque solo son físicamente agradables (según quien a
continuación escribe). Está aquella, la que con salvajes movimientos pélvicos
intenta llamar la atención sobre un metafórico escenario de burlesque
victoriano. Una mal llamada bailarina que forma parte de las peculiares
historias de esta indiscreta y un tanto escatológica colonia pseudo-feudal, historias
que pueden resultar un tanto pintorescas y divertidamente irónicas para quien
gustosamente las escribe, única y exclusivamente para alimentar el morbo
colectivo de la comunidad eventualmente lectora, mas no para quien las vive
a traves de las malas lenguas de quienes no dudan ni un segundo en difamar; solo
son brujas, tantas que no podría ni contar… Polifacética, creo que así la
llaman, aquellos falsos aduladores (jalabolas), que con lindo palabreo un tanto
convincente se la quieren llevar a la cama, no en busca de virtud si no de fama
(¡me cojí a la hija de la maestra!).
Entre las princesas de este
sátiro reino está una, que sin duda alguna es la preferida de los caballeros no
tan caballerosos, cuyo único concepto de la mujer es: un culo y un par de tetas. La princesa católica ortodoxa (de padres
también católicos ortodoxos, claro está) que todos los domingos yace sentada en
primera fila en la iglesia los 7 sacramentos que queda frente a su residencia
de aspecto bien acomodado, hoy le hace gracia y ríe abiertamente (buscando
agradar) con un tono de picardía tras escuchar una historia sobre penes y
vaginas, contada por el ¿gracioso? bufón borrachín de buen apellido, pero con
actitud de pordiosero un tanto depravado, y aunque a muchos su inadecuado
comentario nos haya incomodado parcialmente, hay que aceptar el lamentable
hecho de que él forma parte de esta “jocosa” comunidad donde la podredumbre es
el legado.
Breymer Maza