Partiendo
de la lógica aristotélica, donde todo argumento debe ser verdadero o falso y no existe una tercera
posibilidad, atrevámonos a considerar que pensar por cuenta propia es un
memorable acto de rebeldía en contra de los que día tras día pretenden imponer
su ideología.
Los países
se hacen grandes cuando sus habitantes piensan en grande, y pensar en grande es
aprender del pasado, saber aprovechar el presente, y educarnos para afrontar
los retos que se nos presenten en un futuro cercano. Lamentablemente mis
hermanos debo decir que no somos, y me temo que a corto plazo no seremos un
país grande si continuamos recorriendo el camino de la mediocridad y el
conformismo, sin embargo creo que sería ingenuo considerar la severidad de esta
afirmación como una simple condena, que aunque autoimpuesta por nuestras
propias decisiones contraproducentes, yace en la idiosincrasia de nuestra
propia gente que juzga abiertamente con oriunda apatía, mientras observa como
sistemáticamente se destruye nuestra autentica identidad patriota, de la que
tanto hemos alardeado como venezolanos, hijos de aquel que dio la libertad
media Suramérica.
El hombre
(como especie) desea un mundo en el cual
sea posible distinguir con claridad lo que está bien y lo que está mal, porque
en él existe ese deseo innato e irracional de juzgar antes de si quiera poder comprender
lo que se juzga, en este deseo se han fundado religiones e ideologías de
naturaleza genocida que han devastado al mundo, pero también enseñado a quien
aprender quiso. En esto reside la lógica tan pedante como absurda de los
burócratas del socialismo, y su incapacidad de soportar la relatividad esencial
de las cosas humanas; por ejemplo el concepto de “igualdad política, social y
económica para todos” que aunque hermoso suena
cuando en “papel” está, en la realidad es solo otra razón por el cual
pelear.
La historia en su aplicación nos ha enseñado otra valiosa lección, y aprender de nuestros errores para no cometerlos nuevamente es la mejor opción para avanzar como sociedad. En una sociedad totalitaria, sobre todo en sus versiones más radicales (sin hacer referencia al extremismo religioso) tiende a acortar la frontera entre lo público y lo privado; el poder, que se hace cada vez más centralizado (pese a que la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo) exige que la vida de los ciudadanos sea cada vez más desdichada, y resulta trágicamente vergonzoso escuchar a los más desposeídos hablando maravillas de un gobierno que día a día como país nos ha empobrecido, robándonos toda posibilidad de cumplir en nuestra propia tierra el sueño venezolano.
¿Quién no
sueña con un país próspero en lo social, moral y económico que sea el orgullo de sus ciudadanos?
Sin ánimos
de hacer mención del porqué; para que hablar sobre todo el mal que este
kakistocratico gobierno nos ha causado, como jugando con el hambre de un pueblo
nos ha humillado… y sin la menor intención de tocar un tema tan actualmente
rebuscado como la inmigración, me despido, será en otra ocasión.
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